Ivan Klíma, el hombre que amaba a las mujeres

Ivan Klíma, foto: Juan Pablo Bertazza

Nació en Praga en 1931, pasó parte de su infancia preso en Terezín y, cuando empezaba a abrirse paso en la literatura, el régimen comunista silenció sus libros que, en ese entonces, empezaron a circular en forma clandestina. En la intimidad de su biblioteca, y a punto de cumplir noventa años, Ivan Klíma repasa cómo fue que se convirtió en uno de los escritores checos más importantes de la actualidad.

Ivan Klíma,  foto: Juan Pablo Bertazza

La vida de Ivan Klíma condensa la historia del siglo XX. Durante su infancia estuvo preso en Terezín. Luego trabajó en periodismo y se unió al Partido Comunista en 1953 de donde fue expulsado en 1970. Cuando empezaba a hacerse un camino en la literatura, el régimen silenció sus libros. Vivió un tiempo en Estados Unidos y realizó trabajos esporádicos como conductor de ambulancia o barrendero. En España y Latinoamérica su novela más conocida es “Amor y basura”, en la que el protagonista decide trabajar limpiando las calles de Praga.

Libros de Ivan Klíma en espñaol,  foto:  Juan Pablo Bertazza
“Cada experiencia es útil para un escritor y lo fue para mí pero siempre y cuando sea por corto tiempo, si tienes que trabajar mucho tiempo en una profesión completamente distinta, eso no ayuda mucho”.

Él trabajó como barrendero de Praga solo durante un mes. Dice que buscaba un trabajo así para ampliar su visión del mundo y la experiencia le sirvió para escribir esa novela que, en coincidencia con los críticos, considera su mejor libro. La de Ivan Klíma es, en efecto, una de esas vidas que suelen considerarse “interesantes” y que, a pesar de las idas y vueltas, tiene como gran hilo conductor la literatura.

“Bueno, yo también noto que mi propia experiencia de vida fue bastante interesante, a veces estuve al borde de la muerte. Pero está claro que la escritura desde el principio fue importante para mí. Ya en Terezin recuerdo haberles contado a mis amigos novelas que se me ocurrían mientras caminábamos por los pasillos. Entonces, la necesidad de crear historias apareció desde mi primera infancia, cuando tenía 10 u 11 años”.

“En Terezin recuerdo haberles contado a mis amigos novelas que se me ocurrían mientras caminábamos por los pasillos. La necesidad de crear historias apareció desde mi primera infancia, cuando tenía 10 u 11 años”.

A esa edad, Klíma estuvo dos años preso en el campo de concentración de Terezín hasta que logró salir junto a su madre y su hermano. Dice que, a diferencia de otros colegas, él no escribió tanto sobre esa experiencia traumática. Sin embargo, puede leerse algo de ese período en su novela “El juez juzgado”, protagonizada por alguien cuyo nombre se parece mucho al de su autor: Adam Kindl.

Pero a pesar de no haberla traducido tanto en literatura, en esta entrevista Klíma vuelve una y otra vez al tema. Y lo hace, fiel a su estilo, de un modo muy particular.

“Cuando sos niño estás en condiciones de aceptar semejante experiencia enloquecedora. En algún punto era bastante interesante incluso estar mezclado con tanta gente en una habitación, sentir a veces hambre pero no demasiada y además tener bastante tiempo libre por no poder ir a la escuela, eso es motivo de felicidad. Tenía mucho tiempo para poder jugar: nosotros estuvimos encerrados durante nueve meses y luego, a mediados de 1942, nos permitieron estar en la ciudad: podíamos correr, caminar y jugar en todo el gueto, era un lugar suficiente para un chico tan pequeño. Así que lo siento pero no puedo decir que estaba desesperado: era bastante feliz, incluso en el campo”.

Ivan Klíma en su casa,  foto:  Juan Pablo Bertazza

Estatua de Franz Kafka en Praga,  realizada por Jaroslav Rona
Klíma bromea e insiste en eso de que la guerra le cumplió el sueño de no tener que ir a la escuela. Cuando finalmente volvió al aula tenía miedo de ser el centro de atención pero enseguida se dio cuenta de que no se fijaban en él. Ahora que ya es grande, Ivan Klíma entiende que vivir hacinado junto a su familia era horrible pero, aun así, no tan terrible como la situación que vivían, por ejemplo, algunos niños que estaban completamente solos. Terezín se caracterizó también por su intensa actividad cultural. Klíma recuerda que disfrutó de esos programas solo como espectador: era común sentarse en un rincón y escuchar ópera o ver alguna obra de teatro. Asegura que volvió muchas veces a Terezín: la última vez fue el mes pasado junto a sus nietos que le pidieron conocerlo. Sin embargo, asegura que no le pasó nada porque decidió dejar en el pasado esa experiencia tan fuerte.

“Es cierto que estaba en mejores condiciones que los demás porque mi padre era el encargado de mantener la electricidad en todo el gueto, entonces estábamos con toda mi familia ahí: abuelo, abuela, bisabuela, tíos, toda la familia junta en una gran habitación. Ahora entiendo que eran condiciones horribles pero aún mejores que las de los demás”.

Por supuesto que esos años lo llevaron, desde muy chico, a estar en permanente contacto con la muerte. En su novela “Amor y basura” hay una frase que vincula algo de esa experiencia con quien él considera el más grande escritor: “Kafka una y otra vez describe estados que experimenta la víctima de un sacrificio. Anticipó con eso el destino del pueblo judío en una época turbulenta”.

“Cuando sos niño estás en condiciones de aceptar semejante experiencia enloquecedora. En algún punto era bastante interesante incluso estar mezclado con tanta gente en una habitación, sentir a veces hambre pero no demasiada y tener bastante tiempo libre por no poder ir a la escuela”.

Al parecer la admiración sigue intacta porque uno de los primeros objetos que se ve en la biblioteca de Ivan Klíma es una réplica de la escultura realizada por Jaroslav Rona que se encuentra en la entrada del barrio judío.

“Yo creo que todos los escritores, algunos mucho más que otros, están influenciados por Kafka: tenía un gran espíritu y era un maravilloso escritor. Entonces él determinó la escritura de toda esa época, a comienzos del siglo XX. Por supuesto hay muchos otros escritores que influyeron en mis colegas y en mí como Edgar Allan Poe, que es muy inspirador. También me gusta Dickens: tenía un libro de él en Terezin que habré leído más o menos diez veces porque no tenía muchos libros ahí”.

Ese libro (bastante extenso, por cierto) se llama “Los papeles póstumos del club Pickwick” y es la primera novela publicada por Dickens. Klíma agrega que le gustan muchos escritores checos como Ludvík Vaculík, Hrabal, Hašek y Čapek, sobre quien tuvo la osadía de escribir su tesis en una época en que casi nadie se había animado a hacerlo.

Debido a la censura del régimen, los libros de Klíma empezaron a circular en ediciones clandestinas fuera del país y, en 1969, él mismo vivió una temporada en Estados Unidos, donde se desempeñó como profesor en la Universidad de Michigan.

“Los papeles póstumos del club Pickwick”,  foto: Juan Pablo Bertazza
“Escapé de la dictadura del comunismo y entonces pude experimentar un país más o menos libre, significó una importante experiencia de libertad con la que volví luego al país. Por supuesto para muchos esa libertad tenía sus límites pero para mí era un país libre”.

Además del intento de sus personajes por conseguir la libertad, una de las constantes en los libros de Klíma son las historias de amor: desde parejas de muchos años hasta amantes que deben decidir entre cambiar para siempre sus vidas o resignarse al olvido. Él asegura que eso se debe a que su experiencia vital más significativa fueron los amores. Explica que como se casó a los 27 años pudo conocer muchas chicas interesantes que lo inspiraron. A tal punto que eso es lo que lo distingue de otro gran escritor checo: Milan Kundera. Asegura que, a diferencia de su colega, él sí amaba a las mujeres y que ninguno de los personajes femeninos de Kundera son mujeres de las que alguien podría enamorarse. Más allá de esa interpretación, lo cierto es que las historias inventadas por este escritor que asegura haber escrito todo lo que tenía para decir siguen conquistando nuevos lectores, y no solo en la República Checa.

Ivan Klíma en su biblioteca,  foto: Juan Pablo Bertazza