El cáliz y la espada: fe, revolución, poder y traición durante las guerras husitas

La bataille de Lipany

La muerte de Jan Hus hizo que la división entre sus seguidores y los fieles a la Iglesia Católica se agudizase y la unidad social, política y territorial de las tierras checas se resquebrajara. Pronto estalló una cruenta guerra de 14 años que puso a la Iglesia Católica contra las cuerdas y que acabó en una provisional solución de compromiso.

Jan Želivský | Foto: Kristýna Maková,  Radio Prague International
Desde la muerte de Juan Hus en la hoguera al estallido de la guerra pasaron cuatro años de lucha política e intelectual, de toma de posiciones, y de crecientes disturbios y pequeñas escaramuzas entre husitas y católicos. La escalada de tensiones llegó a su culmen el 30 de julio de 1419 en Praga, cuando el predicador husita Jan Želivský, uno de los representantes del ala radical del movimiento, después de una exaltada prédica, exortó a sus seguidores a que lo acompañaran a la iglesia de San Esteban, de donde lo habían expulsado en enero.

La muchedumbre entró a la fuerza en el templo, tomó el cáliz y el sagrario, y de allí se dirigió al ayuntamiento de la Ciudad Nueva, con el objetivo de liberar a los presos husitas allí encerrados. Una vez dentro, tomaron el consistorio y arrojaron por la ventana a 11 católicos, entre ellos varios concejales.

La defenestración el 30 de julio de 1419
Tras la defenestración, los husitas tomaron rápidamente el control de la ciudad, nombrando a cuatro caudillos militares. El rey Venceslao, siempre se postura ambivalente con la Reforma, en principio aceptó y validó el nuevo gobierno municipal, para retirarse sin embargo poco después a su palacio de verano seguramente temiendo por su vida. Allí murió al cabo de pocos días de lo que parece ser un infarto cerebral, probablemente sobrecogido por la dirección de los acontecimientos.

Muerto el rey, Segismundo reclamó el trono checo, siendo inmediatamente rechazado por las ciudades y la nobleza husita. La guerra había comenzado.

La fuerza de la fe

Las guerras husitas devastaron Bohemia y Moravia, y parte de los territorios vecinos, de 1420 a 1434, y sus vericuetos y evoluciones son tantas y tan complejas que rebasan las pretensiones de este artículo. Vale la pena sin embargo detenerse a analizar quiénes eran los que luchaban y qué factores llevaron a la situación de tablas con la que terminó el conflicto.

Jan Žižka | Foto: Martina Schneibergová,  Radio Prague International
En el bando husita cabe destacar que, además de la alta aristocracia, el movimiento contaba con una fuerte presencia de la baja nobleza, que dio al husismo sus principales caudillos, como Jan Žižka, y permitió que rápidamente se pudiera organizar un ejército, explica el historiador František Šmahel.

“Žižka es un representante de la baja nobleza, que es mucho más numerosa que la alta. Poseen pequeñas propiedades agrarias y a menudo se ganan la vida con las armas. Este es un aspecto importante de las guerras husitas, ya que los reformistas tenían a su disposición un numeroso grupo de guerreros profesionales con experiencia en los campos de batalla de toda Europa Central. Tenían pues la capacidad para formar unidades militares y dar al movimiento cierta experiencia militar”.

La batalla de Vítkov
Precisamente fue gracias a Žižka que en la batalla de Vítkov, en Praga, los husitas derrotaron a las tropas de élite de Segismundo, desarmando así la primera de las cuatro cruzadas que a lo largo de este periodo el Papa envió infructuosamente contra los herejes checos.

Tanto en esta como en posteriores batallas, las tropas husitas se vieron favorecidas por la gran capacitación militar de sus líderes, que hicieron gala de nuevas y poderosas tácticas, y superaron a sus adversarios ante todo en movilidad.

Los cruzados católicos
Otro factor a tener en cuenta es que mientras los cruzados católicos hacían uso sobre todo de mercenarios, a menudo procedentes del extranjero, los husitas se nutrían de tropas voluntarias, gentes de diferentes estratos sociales que luchaban por la victoria de sus ideas y la salvación eterna.

“Las primeras turbas que provocaron los alzamientos iniciales y después se defendieron de la primera cruzada estaban formadas por gente fervientemente religiosa que creían fuertemente en el programa reformista. Estaban influidos por los predicadores, en esa época no había prensa, todo se difundía de forma oral. Los reformistas husitas crearon toda una red de predicadores, que se acabaron radicalizando más en las zonas rurales. De esta forma se dio lugar a grandes congregaciones suficientemente fuertes para cambiar el estado de las cosas”.

La ejecución de Juan Hus
Es necesario subrayar la atmósfera febrilmente religiosa en la que se vieron sumidas las tierras checas en este periodo. No se estaba dirimiendo un mero rifirrafe político, sino la transformación de la sociedad, la vuelta al cristianismo primigenio, la lucha contra el pecado.

“Pensaban que estaban cerca del fin de una época. Veían signos en la tierra, y en la ejecución de Juan Hus, de que se cumplían las profecías del Evangelio de San Juan. Se acercaba el fin del mundo, y se iba a decidir quién iría de esta encrucijada al Cielo o al Infierno”.

Las tropas que luchan convencidas por una causa lo hacen con más furia, no huyen a la primera de cambio, son más fieles entre sí. La combinación de guerra santa y alto nivel militar de los líderes puso casi siempre a los husitas por delante de los católicos durante toda la guerra, aún después de la muerte de Žižka y los diferentes conflictos internos que padecieron.

Los diferentes tonos del cáliz

Las tierras checas en tiempo de las guerras husitas
El objetivo final de los husitas era hacer realidad en las tierras checas los cuatro puntos de su programa, basado en las enseñanzas de Hus. Se trataba de la pobreza de la Iglesia, la libertad de prédica, el castigo de los pecados mortales y la comunión en ambas especies, es decir, con vino y hostia consagrada, ya que entonces solo tenía derecho al vino el sacerdote. De hecho, este simbólico y democratizador rasgo llevó a que el cáliz se convirtiera en símbolo del husismo y que a sus seguidores se les llamara también calicistas.

Estos puntos era en muchos casos lo único que los muy diversos discípulos de Hus tenían en común. Mientras que entre los católicos reinaba una relativa unidad, con el Papa y el Rey de Romanos al frente, entre los husitas predominaba la variedad, que abarcaba desde posiciones más conservadoras hasta visiones revolucionarias. A pesar de que son incontables las sectas y grupúsculos, Šmahel destaca tres corrientes principales.

La muerte de Jan Žižka
“Praga formaba un gran bloque de poder, como metrópoli, algo constante en la historia checa. Luego tenemos un gran grupo militar en el sur de Bohemia en torno a Tábor, una ciudad revolucionaria que surgió en un tiempo muy breve. En Bohemia Oriental estaban los llamados huérfanos, los seguidores de Žižka, que cuando murió en 1424, rompieron con sus compañeros de Tábor y se trasladaron a Bohemia Oriental, donde establecieron la base de su poder”.

De esta forma, mientras la nobleza de Praga pretendía imponer un nuevo rey checo, los Táboritas luchaban por una sociedad sin clases sociales. Las luchas internas de poder se resolvieron a veces de forma sangrienta, así por ejemplo Jan Žižka reprimió brutalmente a los picardos, una rama husita radical que se negaba a someterse a su mandato, asaltando su asentamiento y quemando vivos a 500 de ellos. Hacia el final de la guerra el ya mencionado predicador radical Jan Želivský fue decapitado junto a varios seguidores en la ciudad de Praga.

Las aguas husitas se amansan

Las alas más radicales de los calicistas se fueron debilitando de forma natural conforme avanzaba la guerra. El sueño de Tábor como el punto de inicio de una nueva era de igualdad y fraternidad se vio deshecho por las necesidades de la guerra, donde era preciso contar con rangos, comandantes y comandados.

Al mismo tiempo, el hecho de que los husitas tuvieran bajo control estable gran parte del territorio checo fue llevando a un cambio de composición de sus tropas, detalla Šmahel.

“Los husitas no tenían mercenarios en el sentido literal, pero atraían a muchos guerreros de Silesia, Lusacia, Eslovaquia… que se unían a sus filas para conseguir algún tipo de botín. Esto se da más en la fase de decadencia, porque en cuanto los husitas empezaron a imponerse incluso fuera de Bohemia, necesitaron establecer guarniciones permanentes. Si gobiernas un territorio, necesitas tropas que lo ocupen de forma estable. Y para esto contaron sobre todo con estos aliados”.

Los calicistas no tenían rival en el campo de batalla, pero con la prolongación del conflicto empezó a jugar en su contra un factor de mayor alcance: su aislamiento internacional.

Los husitas eran mayoría en Bohemia, algo menos en Moravia, y en los reinos colindantes no tenían prácticamente ninguna influencia. Salvo por una pequeña corriente similar en Eslovaquia, el calicismo se había detenido en las fronteras checas, en buena parte compartidas con reinos germanohablantes.

Esta falta de proyección internacional se veía agravada por el carácter depredador que habían adquirido los ejércitos husitas. Para abastecerse lanzaban razias contra los territorios vecinos, que inmediatamente vieron en ellos un enemigo y no precisamente la salvación del mundo cristiano.

De esta forma, la alta nobleza checa, cuyo tablero de juego iba más allá de Bohemia y englobaba a todo el Imperio Germánico e incluso Europa, empezó a ver perjudicados sus intereses, describe Šmahel.

“Conforme iba pasando el tiempo la alta nobleza iba volviendo a la fe católica, ya que obtenía gracias a ello varias ventajas, por un lado en cuanto a política internacional, en la que tenían así más apoyo, y por otro también recibían subsidios, estaba todo conectado”.

Esto provocó que a medida que fue pasando el tiempo aumentara el número de grandes nobles checos que abandonaban el cáliz para regresar a los pies del Papa. Esta lenta pero creciente deserción, junto a la victoria de las corrientes moderadas en el seno de los husitas, puso las bases para que desde Praga decidiesen proponer una negociación de paz.

El concilio de Basilea
El escenario fue otro concilio, esta vez el de Basilea, formado en principio para resolver la separación de la Iglesia Oriental.

“Gracias a sus éxitos militares, habían hecho frente a varias cruzadas, los husitas forzaron la situación para ser invitados a discutir en el concilio de Basilea. Es la primera vez en la historia de la Iglesia en la que sus representantes son obligados a escuchar a herejes de igual a igual. Esto tiene un significado revolucionario, aunque los checos, que no pudieron ser vencidos en los campos de batalla, fueron derrotados precisamente en el concilio”.

Basilea
Las primeras negociaciones de 1431 no lograron acordar las condiciones para la paz, pero sin embargo fueron una victoria secreta para los católicos.

“El concilio consiguió un gran éxito cuando los husitas aceptaron que los católicos vinieran a negociar a Praga. Así, una vez en el lugar crearon una quinta columna, trajeron una gran cantidad de dinero y con él sobornaron a muchos cabecillas husitas, y también a los aventureros que se habían unido a sus filas. Y pasó que cuando los husitas asediaban Pilsen, gracias a la traición de los cabecillas fue posible para los católicos abastecer la ciudad”.

La batalla de Lipany
El poder monetario de Roma había al fin conseguido lo que no habían logrado las armas. La supremacía militar calicista se vio notablemente mermada y el 30 de mayo de 1434, en la batalla de Lipany, los católicos pusieron al fin en jaque a los husitas. Las guerras checas de religión habían terminado, de momento, en tablas.

Ambas partes cedieron en algo. Segismundo ocupó el trono checo y prometió aceptar la existencia de la iglesia husita, con lo que en el reino se instauró una revolucionaria tolerancia religiosa. Los calicistas conservaron de sus cuatro puntos programáticos tan solo la simbólica comunión con las dos especies, lo que en la práctica significaba renunciar a sus pretensiones de transformación social.

No obstante ni la paz ni la estabilidad religiosa y política duraron mucho tiempo, pero eso quedará para futuros artículos.

Autor: Carlos Ferrer
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