Reinhard Heydrich: "Antes la muerte que la sangre de un judío"

Reinhard Heydrich, foto: Bundesarchiv / Hoffmann Heinrich / CC-BY-SA / Wikimedia Commons 3.0

Sólo su nombre inspiraba terror entre sus enemigos, pero también entre los suyos, quienes le consideraban el sucesor de Hitler. Reinhard Heydrich, conocido como “el carnicero de Praga” y, además, por ser el artífice de las cámaras de gas, gobernó con mano de hierro la República Checa durante la Segunda Guerra Mundial provocando miles de muertes tras su asesinato por dos brigadistas checos en 1942.

Reinhard Heydrich,  foto: Bundesarchiv / Hoffmann Heinrich / CC-BY-SA 3.0
Una puerta dorada con siete cerraduras guarda en la capilla de san Venceslao de la catedral praguense de San Vito, la corona de Bohemia, el símbolo de la independencia de los checos. Según la tradición, quien se la ponga injustificadamente morirá en el plazo de un año. Una leyenda para unos y una revelación divina para otros, lo cierto es que el 19 de noviembre de 1941, el Castillo de Praga acogió una ceremonia inusual. Dentro de la capilla palatina, el entonces Gobierno títere checo le ofreció las siete llaves a Reinhard Heydrich, apodado “el carnicero de Praga”, quien, según cuentan, no dudó en colocarse sobre la sien la preciada corona.

Las ansias de poder de Hitler y el miedo de las potencias europeas, le permitieron invadir los Sudetes checos. Al poco tiempo, el líder nazi desfilaba por las calles de Praga. A su lado, el todopoderoso Reinhard Heydrich, de apenas 38 años y jefe de la temida Gestapo, la policía política del Estado. Un hombre del que ya por aquel entonces se decía: "Himmlers Hirn heisst Heydrich" (en español, “El cerebro de Himmler se llama Heydrich”).

Convertido por Hitler en 1941 en máximo dirigente del Protectorado de Bohemia y Moravia, Heydrich trató desde un principio de germanizar Chequia mediante una política basada en el miedo, con cientos de arrestos y ejecuciones. Una situación que resultaba exasperante para el Gobierno checo en el exilio del presidente Edvard Beneš y para los miles de checos que habiendo podido escapar, se entrenaban en Gran Bretaña a la espera de su oportunidad.

 Jaroslav Čvančara  (a la izquierda),  foto: ČT
Heydrich se sentía tan intocable que no se dejaba acompañar por una escolta. Un error fatal que nunca se perdonaría. Jaroslav Čvančara, del Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios y experto en el Protectorado de Bohemia y Moravia explica así la decisión checa.

“Creo que la decisión de las personas interesadas en el tema, o sea, del Segundo Departamento de Inteligencia del Ministerio de Defensa en Londres, fue en cooperación con los británicos y con el visto bueno del presidente Beneš. No fue por decisión del presidente Beneš, sino con el visto bueno de Beneš. Eliminar físicamente a Reinhard Heydrich, uno de los peores asesinos masivos en la historia moderna. Considero que en aquella situación, en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis iban ganando en todos los frentes, esa decisión fue correcta”.

La resistencia checa

Los bustos de Jozef Gabčik y Jan Kubiš en la iglesia a de san Cirilio y san Metodio | Foto: Barbora Němcová,  Radio Prague International
En la tarde del 28 de diciembre de 1941, varios grupos de brigadistas checos entrenados en el Reino Unido, entre los que se encontraban Jozef Gabčík y Jan Kubiš, se precipitaron en paracaídas a escasos kilómetros de Praga con una misión, la ‘Operación Antropoide’, de la que sabían que posiblemente nunca volverían: eliminar a Heydrich.

Escondidos durante meses por la resistencia checa, Gabčik y Kubiš prepararon minuciosamente su plan. En uno de los viajes de Heydrich al aeropuerto de Praga, interceptarían su coche y le asesinarían.

Aquel 27 de mayo de 1941, Gabčík, con su metralleta bajo el abrigo, y Kubiš, con varias granadas caseras en el maletín, se dispusieron a librar de una vez por todas a los checos del temido “carnicero de Praga”. Cuando el coche de Heydrich redujo la marcha para atravesar una curva cerrada, los dos brigadistas se abalanzaron sobre él. Metralleta en mano, Gabčík apuntó al nazi, pero del arma no salió ni una bala. Se había encasquillado.

El coche de Heydrich después del asesinato | Foto: Bundesarchiv,  Bild 146-1972-039-44,  Wikimedia Commons,  CC BY-SA 3.0
Heydrich, en vez de pedir a su chofer que acelerase, sacó su arma dispuesto a matar a su verdugo, pero Kubiš le lanzó una granada que le produjo quemaduras en la mayor parte de su cuerpo y heridas por las esquirlas. Desde ese momento, sus cabezas ya tenían precio: Un millón de marcos del Tercer Reich.

De inmediato, todo el Ejército alemán acuartelado en la ciudad se propuso acabar con la vida de quienes habían atentado contra su líder, en una operación sin precedentes en la que las SS registraron más de 36.000 viviendas y que cómo explica el historiador, tuvo sus consecuencias.

“Mi opinión es que el acto demostró que los checos no son unos Švejk que tratan de eludir todo y andan con rodeos. Este acto, en el que estaban involucrados varios centenares de personas y algunas pagaron cruelmente por participar en él, fue una de las más significativas acciones de la resistencia nacional dentro y fuera del país. Incluso diría que en toda Europa ocupada por los nazis, porque nadie más logró dar en semejante blanco y liquidar a un dirigente nazi de tal alto rango”.

Adolf Hitler en Praga | Foto: Wikimedia Commons,  public domain
Gravemente herido por las esquirlas y las quemaduras, Heydrich agonizaba en el hospital de Na Bulovce víctima también de una intoxicación sanguínea provocada por los restos de la crin de caballo usada como relleno de los asientos y cuya posible solución consistía en una transfusión de sangre. Algo que no era fácil con las reservas del hospital vacías a excepción de la sangre de algunos judíos. Una transfusión de vida a la que el verdugo de Hitler se negó. “Prefiero morir a que la sangre de un judío corra por mis venas”, cuenta la leyenda que sentenció un agónico Heydrich.

El 4 de junio, siete meses después de supuestamente haberse colocado la corona de Bohemia sobre la sien en la catedral de San Venceslao, Heydrich fallecía en Praga y miles de soldados de las SS organizaban una marcha fúnebre, antorchas en mano, por las calles de Praga. Un funeral de Estado que más tarde se repetiría en Berlín con un Hitler visiblemente emocionado. En opinión de Čvančara, la muerte de Heydrich fue muy significativa para el prestigio del Gobierno checoslovaco en Londres.

“Sin duda, porque con ello aumentó el prestigio del Gobierno checoslovaco en el exilio, en Londres. Porque hasta ese entonces, por ejemplo los diplomáticos británicos tomaban en cuenta el Pacto de Múnich pero nunca dieron su opinión a ese respecto. Hasta que los acontecimientos que siguieren a la segunda ley marcial y la repercusión en el mundo a lo ocurrido en el pueblo de Lídice, arrasado por los nazis, tuvieron como resultado que representantes de Gran Bretaña y Francia retiraran sus firmas de ese documento. Para Checoslovaquia eso significó que fueron reconocidas nuevamente sus fronteras históricas, acordadas después de la Primera Guerra Mundial”.

Muertos en vida

La iglesia ortodoxa de san Cirilio y san Metodio,  foto: archivo de Radio Praga
Jozef Gabčík y Jan Kubiš, junto con otros cinco paracaidistas encargados de otras misiones, se habían refugiado en la iglesia ortodoxa de san Cirilio y san Metodio a la espera de que pasara el tiempo y poder escapar. Pero, otro brigadista llegado de Londres, el sargento Curda, se fue a casa de su madre y ahogando sus penas en el alcohol decidió volver a Praga y confesarlo todo por el perdón general prometido por los nazis. Su confesión, junto con la de un joven de la resistencia al que las SS enseñaron la cabeza decapitada de su madre flotando en una pecera, sirvió para conocer el paradero de los verdugos de “la bestia rubia”.

Así, el 18 de junio de 1942, más de 800 soldados alemanes atacaron la iglesia ortodoxa durante horas mientras los checos resistían estoicamente en el interior.

La placa conmemoratica,  la iglesia de san Cirilio y san Metodio | Foto: Radio Prague International
Tres de ellos estuvieron disparando desde el coro del templo durante dos horas hasta que, desesperados, dos se suicidaron con cápsulas de cianuro, y Kubiš fue encontrado tan malherido que pereció a las pocas horas.

Aterrados por el destino final de sus compañeros, los otros cuatro paracaidistas, entre ellos Gabčík, se refugiaron en la cripta de la iglesia, mientras escavaban un túnel. Atacados durante seis eternas horas, los nazis intentaron hasta ahogarles introduciendo mangueras de agua por una abertura rodeada de los impactos de las balas que aún se pueden ver desde la calle.

Finalmente, cuatro disparos retumbaron en la cripta. Los valientes checos habían decidido suicidarse antes que caer en manos del enemigo.

La matanza de Lidice y Ležáky

A los siete héroes checos de san Cirilio y san Metodio, les seguirían 3.000 checos que de mayo a septiembre de 1942 fueron asesinados como represalia por la muerte de Heydrich. Muchos de ellos perecieron en el pequeño pueblo de Lídice, acusado de, supuestamente, dar cobijo a los paracaidistas. En la noche del 9 de junio, los alemanes sacaron a sus habitantes de sus casas y los 171 hombres del pueblo fueron fusilados en una carnicería que duró hasta el amanecer. Las mujeres, ancianos y jóvenes fueron enviados a campos de concentración, de donde muy pocos saldrían vivos; y los niños repartidos entre familias alemanas. Y para que no quedase constancia, un grupo de prisioneros judíos arrasó hasta la última piedra del pueblo. Dos semanas después, otro pequeño pueblo, Ležáky, correría la misma suerte, con 25 de sus niños muriendo en las cámaras de gas del campo de concentración en la ciudad polaca de Chelmno. Un acto de barbaría que Čvančara describe como un brutal asesinato.

La matanza de Lidice
“Yo agregaría que, en relación con el atentado, en Mauthausen fueron ejecutados los 294 colaboradores y otras personas más cercanas del grupo de paracaidistas que perpetraron el atentado murieron en otros campos de concentración nazis. Y no vacilo en decir que en estos casos se trató de un brutal homicidio, porque fueron asesinadas personas totalmente inocentes, también mujeres y niños. O sea que yo considero a los patriotas que ofrendaron sus vidas en aquellos difíciles tiempos como los nuevos caballeros míticos del monte checo de Blaník”.

La muerte de Heydrich no devolvió la vida a las miles de personas que por él murieron, pero sirvió para mantener viva la convicción de que, pese a todo su poderío, el Tercer Reich no era invencible.

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