El reto de estudiar cuando vives en un centro de menores

Foto ilustrativa: Comisión Europea

Los jóvenes criados en centros de acogida de menores tienen en la República Checa muchas menos posibilidades de conseguir educación superior. La falta de motivación y las privaciones derivadas de vivir en una de estas instituciones parecen ser las principales causas.

Foto ilustrativa: Comisión Europea
En la República Checa uno de cada cuatro jóvenes de entre 20 y 29 años recibe formación universitaria, según datos de 2010. Sin embargo la cifra baja espectacularmente para los que se han criado en un centro de acogida de menores. Solo uno de cada 171 consigue acceder a una universidad o escuela superior.

Los centros de acogida checos albergan menores de edad que por unas razones u otras no han podido criarse con sus familias y su tutela ha recaído en el Estado. Esto genera una serie de dificultades añadidas para los niños, la primera, de tipo práctico. Estas instituciones se hallan emplazadas en la periferia de las ciudades, lo que reduce el espectro de escuelas al que pueden optar sus muchachos, como comenta la directora de la asociación Dé una Oportunidad a los Niños (Dejte dětem šanci), Michaela Chovancová.

“Desde el punto de vista logístico y económico, lo más fácil para los educadores es matricular al niño en la escuela más cercana al centro de acogida. Y también cuenta la motivación. Por supuesto, si uno se dice todo el tiempo que no lo va a lograr, es mucho más difícil tener éxito en los estudios. Paradójicamente estos niños luchan no solo contra su entorno sino también contra sí mismos”.

Como apunta Chovancová, los menores que viven en los centros de acogida suelen sufrir un complejo de inferioridad que les impide albergar grandes expectativas vitales. La presión para que el niño estudie, habitual en el seno de una familia, no es tanta por parte de los educadores de una de estas instituciones, por mucha implicación personal que pongan en su trabajo. Sin embargo, en ocasiones funciona.

Es el caso de Lucie, de 19 años, que actualmente está terminando la escuela secundaria, prepara su examen de bachillerato y planea acceder a la educación superior.

“Me motivaron mucho las educadoras del centro, querían que fuera a una escuela secundaria. Yo no estaba segura, porque la mayor parte de los niños del centro van a escuelas de oficios. Pero las educadoras vieron que yo era una niña que se esforzaba desde pequeña”.

Foto ilustrativa: Comisión Europea
Lucie entró en el centro debido al alcoholismo de su padre, y ahora espera poder dedicarse a alguna profesión relacionada con los niños. Como en su caso, otros muchachos de centros de acogida que estudian en la universidad declaran haber contado con alguna figura crucial: un educador, o el director del centro, que apostó por ellos y los motivó para continuar sus estudios.

Este fuerte impulso es imprescindible no solo para enfrentarse al desafío intelectual de la universidad, sino también al económico. Los centros de acogida cuentan con un presupuesto reducido y no es mucho lo que pueden invertir en el bienestar de los internos en el caso en que decidan seguir estudiando una vez alcanzada la mayoría de edad. El centro les paga 100 euros al mes para comida, y una paga semanal de tres euros para otros gastos. Esta carencia obliga a los estudiantes a llevar una vida austera y hacer el esfuerzo extra de compaginar sus estudios con el trabajo.

Autor: Carlos Ferrer
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